Entrelíneas

Sentado en un banco de plaza, me detengo a ver la gente que me rodea. No conozco el lugar, nunca he estado allí, quizás nunca volveré a estar. A veces tengo la impresión de que uno está donde se lo propone.
Una señora lleva su perro, parece que le dice algo, no llego a escucharlo pero creo que lo regaña por alejarse de ella. Mi madre está cocinando, algo rico seguramente. Suelo sentarme a ver cómo realiza sus preparados de una manera muy particular.
Los pájaros están cantando, tengo dos, parecen más. Estoy bien, no siento ni frío ni calor. Me gustaría que se viera un poco más el sol pero no he tenido suerte con el día que elegí. A uno no siempre le sucede todo como lo imagina.
Mi sobrinita estuvo jugando, con sus cabellos rizados y castaños brillantes, una nena pasa corriendo y cae. Quiero ir a ayudarla pero no lo hago. Me aborda una sensación de imposibilidad que me confunde aún más. Pero no me sorprende que no pueda ayudarla, el tiempo se me ha pasado muy rápido aquí y cuando quiero tomar parte en esta plaza, mi tiempo ya ha pasado.
Sin poder explicarlo, me veo envuelto en un gran aislamiento, no sé dónde estoy, tampoco me preocupa. Tengo la certeza de haber estado siempre en este lugar que ahora desconozco. Escucho voces y ruidos pero no quiero detenerme a tratar de entender qué dicen. Es demasiado importante lo que estoy pensando.
Algunas veces tengo una mala costumbre: escribo dos historias independientes que se suceden una a continuación de la otra relacionándose a medida que las voy narrando. En realidad todas las historias tienen un punto en común o se cruzan en algún momento, como las vidas.



(Cuento que escribí hace ya más de 6 años)